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Robótica y Gráfica Digital: Código Curcio

 

Amor al trabajo como sinónimo de compromiso, una ilustración del “Gringo” Curcio, referente de la impresión digital en la región. Una definición: mantener lealtad a su clientela y no dejar de proyectar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Gringo, Sergio Curcio, titular de LDG Robótica Gráfica Integral define un servicio que marcó un norte en Bolívar. Sin filtros y pocas mediaciones, el comerciante se muestra apasionado como en su vida, en la que los afectos ganan sus emociones y un trabajo que lo puede todo. Su exceso de responsabilidad lo ha llevado a atender el teléfono en su reciente ceremonia nupcial, dejar a la familia en la recepción que hacía, e ir a realizar la entrega. “Me debo a los clientes”, se justifica.

Parte de una historia en la que trabajar no era una opción, “a los once años empecé a repartir diarios en Del Globo, después con Luis Piñel donde repartía cartas. A los 13 me fui a trabajar con Marcelo Esteban para instalar máquinas de ordeñar en los tambos, era Alfa Laval la empresa, tarea que hice por trece años. Allí aprendí mucho y me gustaba tanto que me llamaron de casa central para trabajar en el que era el mayor tambo de la Argentina, lo que me ponía muy orgulloso”.

Tiempo más adelante, cuando las inundaciones afectaron la actividad agropecuaria del distrito, “con mi hermana decidimos comprar la librería Del Globo, y lo hicimos sin plata, por lo que tuvimos muchísimos problemas económicos, un negocio al que nunca le encontré la vuelta”, al que considerará como un fracaso, y que, justamente representó la semilla de la actual actividad.

“En la librería me sentía chato”, dice Curcio. Buscando alternativas “un día fui a una exposición con la idea de comprar una máquina láser para grabar lapiceras… y me encontré con estos plotters. Yo no tenía idea, mi preocupación en ese momento era determinar cómo se recortaban las imágenes”, dice con humor, y remata: “me presta los cheques Marcelo Teruel para poder comprar la máquina y encaro la primer inversión”.

 

No romper los códigos

Allí comenzó una verdadera proeza y certeza en la definición del nicho. “Mi primer cliente fue Daniel Roitero”, declara, y después “definí los códigos con mis clientes, de no tener un negocio a la calle, sino de trabajar con el gremio, base que mantengo durante diez años. Un día vino alguien de Daireaux a la librería, yo pensé que me iba a ofrecer algo, y terminó requiriendo mis servicios. Yo tenía la máquina en el living de mi casa, se la mostré, y así empecé a trabajar para afuera. Hoy ya tengo siete u ocho clientes mayoristas en esa ciudad, lo mismo me pasó en Carlos Casares y 9 de Julio. Y esos mismos clientes me generaron otros, y eso formó un lindo grupo, eso se basó en que yo no rompí nunca los códigos, yo trabajo para y con ellos. Entonces me quedé con el trabajo de los diseñadores, siempre muy flexible en la relación y con la forma de comercialización”, establece.

Sus clientes son el centro de la conversación. Asegura que “si en algún momento se fue alguien, no creo que fue por mí”, e inmediatamente agrega que “nunca le tuve miedo a la competencia, creo que nadie tiene la capacidad de trabajo que tengo yo, sin horarios, si hay que hacerlo durante toda la noche porque hay una entrega lo hago, he estado de vacaciones y dejé a mi mujer y mi hija para venir a hacer un trabajo, o he tenido que dejar a mi hija en el Día del Padre por trabajar… yo amo lo que hago, y eso marca un compromiso. También me significa estar alejado de lo que pasa en la sociedad, porque yo estoy encerrado entre cuatro paredes. Yo trabajo por necesidad, y no por ambición. Agradezco que mi mujer (Alejandra) y mi familia siempre me bancan. Yo soy un ser productivo, necesito hacer algo”, se excusa, agradece y afirma.

 

La dignidad del trabajo

Curcio reconoce que trabajar lo completa, “cuando trabajaba con Marcelo Esteban a mí me ponía feliz el poner en marcha las máquinas en un tambo, lo hacía como si fuera para mí, siempre le metí garra al trabajo. Y cuando no me gustó algo me fui, así sentí el fracaso de la librería”. Ese aprendizaje no le pesa reconoce, “yo no sirvo para manejarme con mucha gente, con tener muchos proveedores. Hoy tengo un grupo de trabajo con el que casi no tengo contactos, me manejo todo por Internet, imprimo y se va todo. Aquí no queda nada, no hay entregas pendientes, nada. La limpieza y el orden están al día, no hay recortes ni sobrantes que yo podría reutilizar para ahorrar un costo, no me sirve eso”, clarifica.

En el concepto entra la familia. Él incluye a la educación, en la que “mi vieja fue muy importante en ello, porque nunca permitió que me quedara dos días seguidos durmiendo hasta las 11 de la mañana, al segundo día me ponía a hacer algo. Eso es aplicable a toda mi familia, porque todos trabajamos desde chicos. No puedo decir nada de mi viejo, porque murió cuando yo tenía 11 años”. Trabajando desde niño, la secundaria la terminó ya adulto, más que nada “por vago, porque capacidad me sobraba” dice. Hoy, si se trata de reescribir la historia, “haría arquitectura o aprendería albañilería, me encanta ver una casa terminada y lo que eso significa para el que lo pensó”.

Ya de plano en su actividad, es un ferviente defensor de la actualización permanente, “vivo haciendo capacitaciones o concurriendo a eventos, me gusta estar al día, sea para evaluar una nueva máquina a las tendencias en insumos, pero también para descubrir o imaginar nuevos proyectos”, otra reincidencia que emerge de su charla, el reinventarse y diversifarse.

 

Códigos, ética y perfección

“Siempre estoy buscando la perfección”, dice; quienes lo conocen lo pueden afirmar. Y agrega con humor: “Así me quedé pelado por los nervios!. Soy un fanático del trabajo”.

Cuando insiste con los códigos comerciales se pone serio, y define una época como la actual, de competencia salvaje. “Creo que a la larga te da muchísimas satisfacciones, la gente lo valora. Yo nunca bajé un presupuesto cuando alguien ya lo había presentado otro; yo como mayorista puedo mejorar algún precio, pero no lo hago para no perjudicar”.

Los mismos códigos son aplicables a otro tema recurrente: familia y amistad. “Son muy importantes para mí. Eso tal vez marca lo que denomino códigos, mis amigos son los de toda la vida. Supe elegir buenos amigos, siempre en forma genuina, no he pensado hacer un amigo por una relación con posibilidades comerciales. Uno de ellos es el máximo referente de una organización empresaria provincial, nunca se me ocurrió pedirle algo. No está en mi concepto”, sentencia.

En el ámbito empresario los códigos son los mismos, “no se me ocurre competir con mis propios clientes, ni tampoco dejarlo en banda con un trabajo. Como para mí es importante el trabajo, creo que también lo es para ellos. Después de tantos años ya son amigos. Por ejemplo me encantaría tener un plotter de de planos, pero ya sé que hay clientes que lo tienen, o una plancha para remeras, pero sería competir con mis propios clientes, y eso no sería ético”.

Finalmente analiza la proyección, y vuelve a pensar en la diversificación. No es una persona de quedarse quieta, es híperactivo, curioso e inquieto “a mí me gustan ver los negocios que son innovadores”, acentúa. Al mismo mercado lo concibe así, no darse por satisfecho. “Mucho no he podido hacer por una cuestión de espacio –dice-, y de dinero. Con guita hace negocio cualquiera, el tema es cuando la remás, cuando sos un laburante y no que usás la billetera de papá. Si miro hacia atrás veo un gran crecimiento, pero no para pensar en hacer grandes inversiones”, sostiene. Asegura tener proyectos en agenda, “desde otro palo, fuera de la actividad”, algo que “requiere usar la cabeza, en pensar nuevas actividades. Vale el hecho de ver el crecimiento, de seguir con proyectos, eso es tener vida”, concluye.

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Ciudad de Bolívar - Provincia de Buenos Aires - Argentina - Año 2014

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