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Con cemento en las venas

 

Luis Lofrano da cuenta de la historia y el desarrollo de su empresa de hormigón vibrado. Desde la visión de su abuelo a la herencia para sus hijos, un proyecto que no ha dejado oportunidades al azar.

 

Luis Lofrano comenzó sus actividades en el premoldeado de hormigón en 1967. Típico de la época, se encontró entre la disyuntiva de estudiar o sumarse a la actividad que ya llevaba adelante su padre y su tío. “Estudiar no me gustaba”, aunque igual decidió hacer el “comercial en la nocturna, en la vieja Profesional” a la par de trabajar durante el día.

Durante dos décadas “trabajé con ellos, aprendí todo, viajaba con mi tío en el camión, íbamos a hacer los trabajos al campo”. Pero la inquietud estaba sembrada, “y por mi cuenta, en un sucucho que me hice en el fondo de la casa de mis viejos, me puse a hacer lajas de piso”. Lofrano había detectado que el intendente exigía que “colocar veredas y tapiales en todos los terrenos baldíos, vendía dos veredas por día, era bárbaro”. Pero el sacrificio también era importante, ya que la decisión provisoria le implicaba “entrar todo el material con una carretilla hasta el fondo por un pasillo y sacar los productos de la misma manera”.

Ya a fines de la década del ´80 “volví a la fábrica de mi viejo, estuve por dos años más, hasta que ellos se jubilaron, remataron todo, y ya después me instalé en la Avenida 3 de Febrero, por otros veinte años”. También amplió espacios de producción en la calle Larrea.

Si bien hubiera preferido tiempos más acelerados, Lofrano rescata “la experiencia recibida, la cartera de clientes que me dejaron y una frente limpia. Ellos pensaban más en trabajar que en cobrar, era su cultura, hacíamos 15 o 17 piletas de natación por año, dos o tres tanques por semana, íbamos al campo y llevábamos cuatro o cinco guardaganados por viaje. En ese entonces no se discutía el precio, hoy cambió absolutamente todo”, reflexiona.

                                             

Nueva visión                             

Cuando la idea de aumentar la envergadura de los productos fabricados comienza a tomar cuerpo, la mudanza definitiva a la Ruta 226 era una necesidad inexcusable. Hoy Lofrano Hormigón Vibrado fabrica aguadas completas, alcantarillas, tapiales, comederos para cerdos, postes olímpicos, tapas y bases de tanques, juegos de jardín, bateas, “y todo lo que se vaya necesitando”.

La empresa cuenta con transporte propio, “otro riesgo que corrí aprovechando una oportunidad que salió, nos endeudamos por unos meses, pero se pagó solo. Otra cosa importante que pudimos comprar es una máquina hormigonera grande”. Y un servicio diferencial que se derivó de la necesidad es la adquisición de un mixer de hormigón, un camión para poder llevar el producto donde sea necesario. Con ello “acelerás el trabajo de forma impresionante. Ahora me llaman, me dan la superficie y profundidad, hacés la cuenta y se lo llevás cuando lo necesitan, con lo justo. Un piso de un tanque nos llevaba dos días de trabajo, hoy lo preparamos y lo hacemos en dos horas”, afirma con satisfacción.

La mudanza a la ruta fue casi una decisión unipersonal. “Y no hice ni publicidad, puse ese gran cartel en el frente y nada más. En ese momento mi señora no tenía fe, yo veía el gran movimiento de la ruta. Sabía que iba a perder un público, por ejemplo la fabricación de macetas, pero creía que iba a vender otras cosas, y empezamos a vender de todo. Acá viene gente de todos lados, y en cualquier cosa, hasta en moto vienen. Pero también está la pasada, gente de ciudades vecinas, y otros de más lejos, con camioneros que aprovechan el viaje y paran. Hace unos días, de cerca de Olavarría alguien que buscaba tubos de alcantarilla para una estancia nos buscó, y así que pudimos hacer negocio en otro lado”.

 

Cuestión de generaciones

El cemento es un material noble, de múltiples utilidades, pero que requiere de un saber especializado para lograr que actúe de acuerdo a lo deseado. Lofrano no se adjudica estrellas propias, aunque las tiene, sino que “seguí la escuela de mi familia”, aunque dice no dudar en consultar “a colegas, a constructores, a los ingenieros con los que trabajamos, y si hay dudas, vemos en Internet. El hormigón ya se sabe cómo es, las proporciones, el asentamiento, los áridos, se sabe por experiencia, ahora tenemos más tecnología, con peso electrónico, el agua con caudalímetro, ahora es exacto”, define.

Como los albañiles originarios, masones, que fueron secreteando fórmulas, procesos, aplicaciones, Lofrano rescata un comienzo de la actividad en manos de su abuelo. “No recuerdo con exactitud si empezó con la fábrica en 1933 o 1934 hasta que en 1950 lo siguen mi viejo y mi tío”. Así hace 80 años que la familia mantiene el mismo negocio en funcionamiento. El fundador “fabricaba aguadas completas, tanques australianos, bebederos y piletas de lavar. Además era albañil, como mi viejo”.

Aquél abuelo, más que albañil era un emprendedor. “Él se dedicaba a remendar casas en el campo, se iban en sulky con mi viejo y mi tío, andaban por las estancias. Hacían todo el mantenimiento de esas casas, hasta la pintura. Hasta que un día le pidieron que remendara unos bebederos en el campo; antes se hacían de ladrillos, pero se propuso hacer un molde y hacerlo de cemento, una idea que salió bien, y pronto estuvieron armando las aguadas completas”. 

De su padre destaca el amor por la artesanía, “llegamos a hacer de todo en cemento, desde enanos de jardín a casitas en miniatura, a él le encantaba hacer todo y de todo, en la vieja fábrica hacíamos muchísimos artículos”.

 

El negocio que ha emprendido es sui géneris, con lógicas y mercados muy propios, que han dejado a muchos en el camino. Lofrano reconoce que en algún momento tuvo dudas, “cuando estaba en la 3 de Febrero hubo un momento en que no sabía bien para dónde ir. Hubo un stand by, es como ahora, con un parate de invierno. Pero hasta hace unos años no había altibajos, era todo parejo. En esos momentos hay que buscar el movimiento, para generar trabajo a partir del boca a boca. Con los ajustes en la rentabilidad que hay que hacer hoy, hay que elegir dónde comprar, hacerlo en forma directa, comprando con volumen para lograr los mejores precios”.

Una decisión crucial para el futuro empresario ha sido la relación con los recursos humanos. A fin de evitar desgastes, el año pasado decidió no tener más empleados y continuar solamente con su familia, los continuadores del proyecto.

Hay una historia que da cuenta del emprendimiento y de las pasiones. Lofrano concurrió a una feria a exponer sus productos, allí lo contactaron unos empresarios bolivianos que querían comprar toda su producción, “pero también me quisieron comprar toda la fábrica completa, pero esto es un patrimonio mío, una herencia de la familia, y me voy a morir con esto, por eso pienso en mis hijos, y por eso sigo”.

 

Si bien Luis no se manifiesta amante de los estudios, el haber realizado aquél comercial le ha servido, “yo hago todo, menos todo lo que es computación. Aquí es todo bastante matemático, hay que saber administrar”, para lo cual espera una inmediata incorporación, la de su hija, a punto de recibirse como contadora. Ya en la empresa trabajan su hijo y su yerno, los pilares y continuadores del proyecto. Es la sangre nueva la que ha hecho revisar algunas actitudes, “mi hija me ha ayudado a abrir la cabeza”, reconoce con afecto.

En un momento Lofrano reflexiona, casi como un consejo de emprendedor: “lástima que se te acaba la vida, porque uno no quiere parar. Si yo me hubiera animado antes, si hubiera tenido esto años antes, otra sería la historia. Yo me quedé patinando en el arranque, ganaba experiencia, hasta que decidí empezar a trabajar para mí”, concluye un constructor de proyectos

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Ciudad de Bolívar - Provincia de Buenos Aires - Argentina - Año 2014

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