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Del derrumbe de las ilusiones a la ¿construcción de oportunidades?

 

Por Marcelo Chillón

Desde la tapa de la revista Fortuna (grupo Perfil) el rey de la soja proclama su abdicación. Gustavo Gropocopatel anuncia lo que hace tiempo muchos no quieren oír: “la soja ya no es rentable”, el soberano abandona el terreno para buscar suerte en la biotecnología.

Si hay un ¿éxito? –así, interrogando- del discurso político del oficialismo, es la instalación de las avaricia capitalista de los productores agropecuarios y la demonización de la soja. Discurso que pegó tanto que hizo olvidar cuestiones como que la explotación primaria –la sojización como commoditie- fue el principal sostén del modelo gubernamental, la auténtica vaca lechera para las arcas del Estado, de ahí la discusión en torno a la Resolución 125 y todo lo que devino. El discurso fue tan bien elaborado, que aún en contextos urbanos agropecuarios, la semilla de la avaricia prima por sobre la del sector financiero, actividad económica que sigue liderando las ganancias en nuestro país.

Algunos pregonaron “el campo somos todos”, y como corresponde en un país como el nuestro, la antinomia se antepuso catalogando a la p.. oligarquía, y cuando no, desestabilizantes y golpistas. El campo había perdido impacto, penetrando en un cono de sombras al calor de otros tantos desaciertos de propia autoría.

 

Vos te estarás preguntando hacia dónde va el discurso.

Un nuevo mensaje con un viejo texto: “¿sabés de algún trabajo?”. La historia se repite, lenta pero constantemente. Desde mitad de 2014, fundamentalmente las mujeres que buscan empleo han crecido. Obvio, no es el 2001. No empecemos con tontas comparaciones.

Las estadísticas argentinas siempre reclaman una doble lectura. Elegimos las oficiales (por optimistas), las que reconocen un desempleo del 7,5% a pesar de todo el impulso que puso el gobierno para corregir problemas, sea para las automotrices o los diversos planes para incentivar el consumo interno. Aún así, esa cifra coloca a Argentina en el podio de la desocupación a nivel regional.

Los datos de la inflación también merecen doble lectura, pero las paritarias jugaron al medio, intentando dar un guiño político, pero insuficientes para recuperar el terreno perdido. “La plata no alcanza”, es un predicamento de enero, a pesar de los millones de turistas que marcaron nuevos hitos en la costa. Allí también valen las explicaciones. Más turistas y más gasoleros. Las compensaciones para el sector vinieron con las minivacaciones que facilitaron los múltiples feriados, las escapadas estuvieron al día. La contraparte, es que en Argentina las vacaciones habrían alcanzado solamente al 33% de la población.

Cuando la economía doméstica es insuficiente, los demás integrantes de la familia salen a buscar trabajo, y así compensar el inminente déficit. Consultoras como Empiria acuerdan que el desempleo seguirá creciendo, incluso hasta el 11%.

Ya nos hemos ocupado en otras ocasiones de la reducción del impacto negativo del desempleo, por el cual se espera que nuevamente el Estado salga a generar empleo público.

Una solución es mejorar la competitividad, -pero ya hemos transitado ese camino en los 90´s, sin demasiados destinos- cuestión extremadamente política, que incluye múltiples factores, que se mide en forma sesgada, pero que representa una opinión global del establishment acerca de cuestiones como: instituciones, infraestructura, entorno macroeconómico, salud y educación primaria, educación superior, eficiencia del mercado de bienes, eficiencia del mercado de trabajo, desarrollo del mercado financiero, disponibilidad tecnológica, tamaño de mercado, sofisticación de los negocios e innovación. De 144 países evaluados, Suiza ocupa el primer lugar, Guinea el último. En América Latina el líder es Chile, en tanto Argentina ocupa uno de los últimos lugares gracias al cuestionamiento sobre el uso de fondos públicos, derroche de las arcas, cuestiones de transparencia y obstáculos en el comercio como barreras, regulaciones, inversión, impuestos al trabajo, sindicatos, etc. Argentina pasó del lugar 74 en 2004 al 104 en la actualidad.

 

Yo no vivo del campo I

Hace calor en los finales del enero bolivarense. El sopor estival ya debiera aflojar. Es pasada la media tarde. En el horizonte se visualiza una nueva amenaza de tormenta, otra de verano. La baja presión se nota hasta en los perros; buscan sombra enterrando parte de su ser entre las plantas del jardín.

Habíamos quedado en realizar la entrevista del mes. Otro emprendedor con ganas, con juventud, acostumbrado a que su nombre suene en muchas mesas y charlas como un rápido ejemplo de la aplicación agroindustrial en regiones como las de Bolívar.

Llegados al establecimiento, la escena se asemeja a la de un día feriado, no una media tarde de trabajo. Las máquinas han sido empujadas, casi como al descuido, hasta la misma puerta del galpón, otras quedaron dispersas en la vereda. Misma vereda en la que dos sillones de playa se enfrentan. Sentados, bebiendo un jugo de frutas, el entrevistado y un visitante. Alguien llega a pedir un trabajo, el titular de la empresa lo mira con desgano y lo envía a la competencia.

El –ya posible- entrevistado se estira en la reposera. Cruza los brazos detrás de la cabeza, saluda con afecto, pero sin ánimos. Su única vestimenta es un short. “Hasta acá llegué –dice mientras invita a tomar asiento-, decidí que no puedo más”. Pasan muchas cosas por la cabeza, ambos nos conocemos, sé de su esfuerzo, de su interés por progresar, del capital invertido, y de un supuesto bienestar, ese mismo del que suponen todos cuando se pronuncia su nombre.

Comienza una larga enumeración de excusas y argumentos que dan cuenta de la maduración de un proceso mental. “El campo ha dejado de producir”, es uno de ellos, y comprensible, porque su producción está directamente vinculada al mundo agropecuario. “Se empezaron a complicar los pagos, cobrás cuando ellos quieren y te ponen el precio”, otro vinculado al sector. “Para las elecciones nos vienen todos a prometer y a decir que nos van a apoyar”, ya cambiando el discurso hacia la política. “Hace 25 años que empezamos con esto, ya han venido todos”, agrega la decepción. “No hay créditos para que podamos crecer, cada vez hay más impuestos, cada vez cuesta más tener empleados; hoy conviene trabajar solo y hacer lo justo”, ya reiterando un histórico reclamo. “Pienso que es mejor tener un sueldo y dejar de poner todo a algo que tenés que empezar todos los días”, una lamentable conclusión.

 

Yo no vivo del campo II

Él –como muchos- arrancó sin nada, cuando la patria sojera parecía el destino insoslayable. Comenzó con un tractor prestado y fue creciendo a fuerza de trabajo como contratista. Tornillo tras otro fue armando un equipo con el que se movió a lo largo de cientos de kilómetros en la pampa bonaerense. Cuando parecía encaminarse el porvenir, en el medio del salto, vino el primer golpe: la 125. Siguió poniendo el pecho, renegoció deudas, reorientó sus servicios… pero tan inevitable como al principio, aparecía un posible final. Hoy su equipo se utiliza esporádicamente, el resto del tiempo lo destina a colocar durlock. “¿A quién le voy a vender un equipo como el mío” –se pregunta con resignación-, “me lo tengo que quedar por si esto cambia”, se responde con poca convicción.

 

Yo no vivo del campo III

Ella pasó caminando con varios cartones vacíos en los que van los huevos de gallina. Saludos y primeras charlas, deriva en confesión. “Ahora hago esto, vendo huevos”, dice con entereza y entusiasmo.

En corta versión, relata el desenlace por el cual uno de los principales contratistas rurales –su esposo-, con un gran y moderno equipo de maquinarias comenzó a tener problemas para cobrar, a disminuir la rentabilidad, a no poder reparar la rotura de sus máquinas, a tener dificultades para poder afrontar sus propios gastos. En definitiva, terminó con una gran depresión, guardó todo el equipo en el galpón, y decidieron comenzar un nuevo proyecto, aún embrionario e incierto.

 

¿Y las oportunidades?

Quizás los tres ejemplos muestran el poder de sobrevivencia que existe en la naturaleza humana. El primero piensa en probar suerte como obrero especializado en los campos de petróleo. El segundo derivó en la construcción, iniciativa aún sostenida en la localidad. El tercero en cambiar la visión del negocio.

Más allá de los dolores, en todos los casos primó la necesidad de reinvención, de rehacerse, de no doblegarse.

El resto, en un año electoral, debemos reclamárselo al poder político, para que debatan con seriedad un destino para nuestro país, lejos de las chicanas circunstanciales y de los discursos tribuneros. Que así sea!

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Ciudad de Bolívar - Provincia de Buenos Aires - Argentina - Año 2014

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